La historia de Carmen

Por (embrióloga).
Actualizado el 06/03/2014

Hola, mi nombre es Carmen y ésta es mi historia, sé que podría ser la de tantas y tantas mujeres que transitan por este duro camino que es la infertilidad.

En mi caso, nos remontaremos unos cinco años atrás. Como muchas parejas decidimos que ya era el momento adecuado para buscar un bebé. Ese embarazo tardó unos seis ó siete meses en llegar, tiempo que a mi me pareció una eternidad, pero que con las experiencias vividas después, era un tiempo completamente irrisorio.

Fue un embarazo con sus pequeñas cosas. Tuve que realizarme la amniocentesis porque había un riesgo elevado de que el bebé tuviera Síndrome de Down, afortunadamente salió todo perfecto y además nos confirmaron que íbamos a tener una niña, se llamaría Lola. A partir de ahí fue todo sobre ruedas, hasta la semana treinta y dos. Una mañana al limpiarme, vi que había expulsado parte del tapón mucoso, corrimos hacia el hospital pensando que el parto se podría adelantar, pero nada más lejos de la realidad.

En una ecografía lo que detectaron, por desgracia, fue que Lola no tenía latido. Mi ginecóloga me recomendó que intentáramos un parto vaginal porque la recuperación sería más rápida. No puedo expresar el terrible dolor que sentí en aquellos momentos, creí morir, no era posible que aquello me estuviera pasando, pero era real.

Finalmente tuve el parto, fue muy rápido, no sé de dónde saqué las fuerzas, pero lo hice. Si fue así, es porque también tuve a mi lado a un marido maravilloso que no se despegó de mí ni un segundo y que lloró tanto o más que yo.

Después de la pérdida y a la misma vez que el duelo, decidimos que iríamos a buscar otra vez un bebé. Fueron pasando los meses, uno tras otro como una losa. Casi un año después pedí cita con mi ginecóloga. Le expliqué lo que ocurría y me mandó realizar unas analíticas para comprobar si ovulaba y como estaban mis niveles hormonales. Salió todo perfecto. No entendíamos nada ¿qué era lo que estaba sucediendo? Seis meses más tarde viendo que no lográbamos el embarazo, mi marido fue al urólogo, le pidió un seminograma. Ahí es donde empezó a cuadrar el tema de no volver a conseguirlo. Le diagnosticaron sólo un dos por ciento de formas móviles y de buena morfología.

"En una ecografía lo que detectaron, por desgracia, fue que Lola no tenía latido"

Con semejante diagnóstico pedimos cita en una clínica privada de fertilidad. Fuimos directos a ICSI. Inocentes de nosotros, pensamos que sería la cura a nuestros males, pero hubo sorpresa, sólo conseguimos siete ovocitos, de los cuales fecundaron cuatro. Me transfirieron dos de calidad B. Los demás no fueron a ninguna parte. El resultado fue negativo.

Fue tremendo el golpe, ahora sí que ya no entendía nada. ¿Por qué a nosotros? ¿Qué habíamos hecho para merecer tantas bofetadas? Finalmente, y con la desesperación que llevaba encima, acudí a una psicóloga, ya no podía más, era incapaz de poder lidiar con el problema de la pérdida y de la infertilidad a la vez.

Una vez en terapia, volvimos a “la carga” una vez más. Obtuvimos seis ovocitos, de los que fecundaron tres, los que me pusieron ya que no eran excesivamente buenos. La beta otra vez negativa.

A partir de ahí nos dimos un tiempo de reflexión. Estaba claro que algo más estaba pasando. Mi ginecóloga habitual me volvió a realizar más pruebas y nos encontramos con otra sorpresa: baja reserva ovárica unida a la mala calidad ovocitaria. Supongo que como ya estábamos curados de espanto hasta lo encajamos bien. Pero estaba claro que una nueva ICSI nos parecía una locura y una pérdida de dinero.

"La beta otra vez negativa, a partir de ahí nos dimos un tiempo de reflexión"

Dejamos pasar varios meses, con las ideas muy claras cambiamos de clínica y de tratamiento, nos pasábamos directamente a ovodonación. Fue una decisión muy meditada. Los genes no nos importaban tanto como el hecho de poder ser padres, sería nuestro hijo, nueve meses en mi vientre lo hacía más nuestro que de nadie. Al ver el médico nuestro historial, estuvo totalmente de acuerdo, además incluso los espermatozoides de mi marido ¡eran válidos, vaya sorpresa!

Empezamos con el tratamiento en mayo del año pasado. Nuestra donante nos dio doce ovocitos de los que fecundaron nueve, para nosotros era una barbaridad, vivido lo vivido. Por fin llega el día de la transferencia y me transfieren dos embriones muy buenos (como todos los que habíamos conseguido). Al final fue un bioquímico. Lejos de hundirme, el optimismo me invadió y pensé que habíamos estado muy cerca, así es que con la siguiente regla lo volvimos a intentar con congelados.

Transferencia de otros dos embriones. El médico nos informó que tenía baja receptividad uterina (endometrio poco grueso) así es que no pensé que en esa ocasión me quedaría embarazada, pero así fue. Fue un día especial, después de cuatro años en los que no habíamos vuelto a ver las dos rayas rosas, de nuevo ¡estaba embarazada!

Fueron transcurriendo las semanas y nuestro embrión parecía ir “viento en popa”, pero una vez más la vida, el destino o yo que sé nos tenía preparada una sorpresa. Una mañana vi dos gotitas de sangre en las braguitas. Volamos al hospital. Intentamos mantener la esperanza pero de nuevo, una ecografía segó todas nuestras ilusiones. El embrión se había parado en la semana nueve. No era justo, habíamos luchado tanto por lograrlo y sin embargo, de nuevo todo se volvía oscuridad.

Tras el legrado, volvimos a la clínica. El médico me pidió más pruebas. Éstas estaban relacionadas con los problemas de coagulación, el sistema inmunológico, etc. Todo dio negativo.

Así es que para el mes de marzo descongelaremos los últimos embriones que nos quedan. Deseando que esta vez sea la definitiva, ojalá se queden con nosotros toda la vida. El destino es incierto, lo sé, pero gracias a la terapia he aprendido que tengo muchas cosas y muy buenas en mi vida, aunque el deseo de ser madre es tan inmenso que sería capaz de cualquier cosa, lástima que el presupuesto esté ya tan mermado.

Espero algún día poder contarles a mis hijos o a mi hijo esta historia de lucha que tuvimos que vivir su padre y yo.

Un abrazo,
Carmen.

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Autor

 Cristina Mestre
Cristina Mestre
Embrióloga
Licenciada en Ciencias Biológicas, Genética y Reproducción Humana por la Universidad de Valencia (UV). Máster Universitario en Biotecnología de la Reproducción Humana Asistida por la UV con el Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI). Embrióloga en IVI Barcelona. Más sobre Cristina Mestre

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